El tacto es mucho más esencial
que nuestros demás sentidos
“El tacto es mucho más esencial que nuestros demás sentidos” dijo Saul Schanberg (1) cuando habló con Key Biscayne- USA- en el extraordinario Congreso sobre el tacto en la primavera de 1989. Fue un intercambio de ideas que duró tres días entre neurofisiólogos, pediatras, antropólogos, sociólogos, sicólogos y demás interesados en estudiar los modos en que el tacto y su privación afectan la mente y el cuerpo.
En muchos aspectos, el tacto es difícil de investigar. Todos los demás sentidos tienen un órgano clave que puede ser estudiado; para el tacto, este órgano es la piel y se extiende por todo el cuerpo. Cada sentido tiene al menos un centro de investigación importante, salvo el tacto. El tacto es un sistema sensorial, cuya influencia es difícil de aislar o eliminar. Los científicos pueden estudiar a los ciegos para aprender más sobre su visión y a los sordos o anósmicos para aprender más sobre el oído y el olfato, pero esto es virtualmente imposible hacerlo con el tacto. El tacto es un sentido con funciones y cualidades únicas, pero también es frecuente que se combine con otros sentidos. El tacto afecta a todo el organismo así como la cultura en medio de la cual éste vive y a los individuos con los que se pone en contacto. “Es diez veces más vigoroso que el contacto verbal o emocional” explicaba Schanberg, y “ afecta a casi todo lo que hacemos. Ningún otro sentido puede excitarnos como el tacto; eso lo sabíamos desde siempre, pero nunca habíamos entendido que este hecho tenía una base biológica”.
Al preguntársele si se refería a sus beneficios para la evolución, respondió afirmativamente, y agregó: “si el tacto no hubiera sido agradable, no habría habido especie, ni paternidad, ni supervivencia. Una madre no tocaría a su bebé como debe hacerlo, sino sintiera placer al tocarlo. Si no nos gustara tocarnos y acariciarnos, no tendríamos sexo. Los animales que instintivamente se tocaron produjeron crías que sobrevivieron y sus genes se transmitieron con lo que la tendencia a tocarse se incrementó. Olvidamos que el tacto no solo es básico para nuestra especie, sino la clave de la especie”.
Cuando un feto crece en el vientre, rodeado por el fluido amniótico, siente una calidez líquida, los latidos del corazón, las mareas internas de la madre y flota en una maravillosa hamaca que lo acuna cuando ella camina. El nacimiento debe ser un choque muy duro después de tanta serenidad y una madre recrea el confort del vientre de varios modos (acunando, abrazando, colocando al bebé contra el lado izquierdo de su pecho donde está el corazón). Inmediatamente después del nacimiento, las madres sostienen al bebé muy apretado contra su cuerpo. En las culturas primitivas la madre lleva a su bebé pegado a ella día y noche.
Todos los animales responden al tacto, a las caricias y en cualquier caso la vida misma no podría haberse desarrollado sin el tacto, esto es, sin los contactos físicos y las relaciones que se forman a partir de ahí. En ausencia de contacto las personas de cualquier edad pueden enfermarse y sentirse mutilados. En los fetos, el tacto es el primer sentido que se desarrolla y en el recién nacido es automático, antes de que los ojos se abran o el bebé empiece a captar el mundo.
Poco después de nacer, aunque no podemos ver ni hablar, instintivamente empezamos a tocar. Las células del tacto de los labios empiezan a buscar calor. Entre otras cosas, el tacto nos enseña la diferencia entre yo y otro, nos dice que puede haber algo fuera de nosotros: la madre. Madres e hijos hacen un enorme despliegue de contacto. El primer confort emocional es tocar a nuestra madre y ser
tocado por ella; y sigue en la memoria como el ejemplo definitivo del amor desinteresado, que nos acompaña toda la vida.
(1) Ackerman, Diane. "Historia Natural de los Sentidos".
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